LA CUCHARA

Por Mauricio Bermúdez Rodríguez

Artículo extraído del libro «Anfitrión. Cómo deleitar a sus comensales»

La Cuchara, abreviada reseña

Los homínidos de la era Paleolítica, o “período de las antiguas piedras” si nos atenemos a su etimología griega, eran una especie salvaje y vivían de la incipiente recolección de vegetales, muy rudimentaria. Se guarecían en los árboles y de cuando en cuando en cavernas; hace dos millones y medio de años el Homo habilis ya convivía en bandas, pero eran nómadas, trashumantes y tal vez, tenía un dialecto compuesto de rugidos, no de palabras; sin embargo, pudo transformar la piedra y construyó lanzas: se estaba haciendo cazador, elaboró arpones y anzuelos: se estaba haciendo pescador, también empezó a darle buen uso a los huesos, al cuero y a la madera.

No se habían constituido como una sociedad; el Homo habilis estaba descubriendo el arte de pulimentar la piedra y esto daría origen a toda una civilización, aunque faltaban muchos siglos para que los primitivos tuvieran, de manera paulatina, el dominio de la materia encontrada a su alcance. Como es obvio los más antiguos instrumentos tenían una rusticidad muy grande, tan sólo leves retoques les diferenciaban de la piedra bruta, pero esta simplicidad no es de extrañar pues era el resultado de los torpes esfuerzos manuales de un ser dotado con un desarrollo cerebral que apenas lo diferenciaba de ciertos animales superiores y, por su puesto, su capacidad de hacer estaba supeditada a su capacidad de pensar. Lejos iban a quedar los tiempos en los que, errantes por los bosques, vivían más como bestias que como seres racionales, y cuando su alimento consistía en insectos, hierbas y otros productos naturales. Por efecto de la crudeza del clima en la época de los hielos, los hombres se hicieron trogloditas, vivían en cavernas, huecos y cavidades en las rocas; por todo eso, pero más por su necesidad de sobrevivir, nacieron los primeros núcleos familiares y sociales y, con ellos el cambio en las rutinas alimenticias; dedicaron entonces buena parte de su osadía a la caza y algo de su naciente ingenio a la pesca.

Entonces el cerebro vino en franco desarrollo, con la ingesta de grasas, ricas en energía, las carnes de pequeños animales cazados, eran cortadas con piezas de piedra afiladas de granito y cuarzo y “las semillas eran machacadas con otras piedras”4. Usaba su ingenio también para comer, inclusive con algo de tecnología.

En opinión del científico colombiano Rodolfo Llinás, desde aquel tiempo el cerebro del homínido evolucionó, el macho para hacerse cazador y la hembra para obrar como recolectora.5 Estanislao Bachrach, investigador de Harvard asegura: “Las diferencias vienen dadas por la evolución; había dos grandes tareas en el día a día. Para el hombre, cazar y volver, no le era necesario comunicar ni ser simpático…”

“La mujer que se quedaba en el refugio con sus hijos, tenía que entender” ¿Por qué lloraban; por hambre o, ¿por dolor? Además, debía recolectar frutos en compañía de otras mujeres, ¿Qué estarían pensando? Era prioritario defender el refugio de los grandes depredadores; proteger, pero ¿cómo hacerlo? Todo muy complejo.6

Allan Pease una australiano famoso por ser uno de los grandes especialistas de la comunicación no verbal ha demostrado que las mujeres tienen una forma de visión muy diferente a la de los hombres; mientras la de ellos es de túnel, pues como cazadores necesitaban detectar a sus presas a distancia, la de ellas es periférica porque precisaban de un amplio arco visual, para detectar los depredadores que acechaban el nido.7 El hombre sale a la cacería y la pesca; se convierte en el proveedor.

El Homo erectus alcanzaría en esas condiciones el período Neolítico en el cual aparecen armas y utensilios mejor pulidos, también objetos de fibras naturales como sogas, sandalias y redes que mejoran y facilitan las labores, también canastos para los alimentos. La hembra ya había cambiado de rol y se comprometía cada vez más con el cuidado del hogar, por supuesto de los hijos, pero sucede algo muy importante y trascendental ¡la obtención del fuego! que no su invención, se echan raíces y se hace necesario cuidar la tierra; se inicia entonces la agricultura, el cultivo de raíces y cereales. Este Homo erectus asaba sus piezas de cacería sobre las brasas, más tarde llegaría la cerámica como consecuencia y, al final la elaboración del pan, quizás con harina de cebada, después, mucho después se elaborará con trigo. Con el fuego la alfarería y el Homo sapiens desde cuando aquella surgió, fue adquiriendo la posibilidad de hacer un recipiente de arcilla para guardar el agua; el líquido vital y también los granos; para comer, continuaban limitados a asar sobre las brasas y a enterrar las raíces comestibles entre las cenizas al rojo. Pero él ya era el guardián del fuego, no podía dejarlo apagar, era cazador solidario, cavernícola imaginativo. Mímico por intuición y necesidad.

El fuego desde cuando fue atrapado ha sido cuidado, controlado en hogueras, en el hogar del hombre, siglos después sería encerrado en estufas y chimeneas de hierro fundido en el recinto sagrado, inclusive atizado en grandes salones, pero desde siempre nos hemos sentado a conversar, a contar historias y a esperar en torno al fuego. Entonces surgen dos preguntas con respecto a la cocción de carnes y vegetales: ¿Cuánto tiempo después de su obtención? No lo sabemos y ¿A instancias de quién o de quiénes?, tal vez a instancias de las mujeres; se hervían las carnes y los vegetales con agua, colocándolos en ollas; no hay otra forma de llamar a aquellos recipientes de arcilla, hechos al fuego para alterar su naturaleza por el guardián del fuego y puestos sobre el fuego para satisfacer el hambre; pura tecnología que se volvió habitual y continúa en plena evolución, inclusive hoy.

Quizás para apurar las sopas les echaban piedras candentes. Existen numerosas pruebas de aquellos habilidosos métodos de cocción en los muros de las tumbas en Egipto; en las cerámicas encontradas en la China que datan de 18.000 años a.C.; en las cuevas de Altamira, España, encontraron variedad de utensilios de cocina, y en Grecia, así lo relata Homero en sus leyendas. “Un poco más recientes las ollas de piedra de Tehuacán, datan del siglo8 VIII a.C.”

“La tecnología es el arte de lo posible, y está espoleada9 por el deseo…” Con todo esto resulta obvia la necesidad de los hombres de un utensilio para tomar los alimentos calientes sin quemarse, algo similar a su mano; como cuando tomaba el agua de los arroyos, por pura imitación se creó la cuchara, se supone que sucedió primero en las comunidades asentadas a orillas de los mares, pues las primeras fueron simples conchas marinas, eran introducidas en caldos calientes con rapidez y habilidad y, en otras situaciones había ingenio, pues al norte de lo que será América “los nativos usaban conchas de almejas como cucharas y las de mejillón 10 bien afiladas para cortar el pescado y las mismas para coger la grasa que goteaba de una foca que se estaba asando”.

Sin embargo, en otras latitudes y de acuerdo con sus necesidades, las hicieron de piedra, madera, marfil y hueso, lo que tuvieron a la mano, aquello que ofrecía el medio; fue lo que aprendieron a hacer.

Se evidencian estos hechos en los palafitos suizos, donde se encontraron gravadas las escudillas de madera con mango; de igual manera datan del Neolítico los hallazgos de cucharas de barro redondas y ovaladas, mango corto en forma de lengüeta, otras con mango largo y puntiagudo.

Hemos de aceptarlo: el Homo sapiens-sapiens por allá como 90 siglos a. C desarrolló las técnicas del trabajo, entre otras la agricultura y un lenguaje más o menos articulado; su cerebro se había desarrollado gracias a la alimentación y a la manera como comía. Para comer caliente, la cuchara siempre.

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4 Wilson Bee. La importancia del tenedor. Historias, inventos y artilugios de la cocina, 2013.
5 Revista Credencial, edición 318, artículo:”Guerra de sexos”, junio 2013
6 Revista Credencial, edición 318, artículo:”Guerra de sexos”, junio 2013
7 Ibídem Anfitrión. Cómo deleitar a sus comensales
8 Wilson, Bee. La importancia del tenedor. Historias, inventos y artilugios de la cocina, 2013.
9 Ibídem
10 Ibídem