Creado por Alex Quessep
Miembro Correspondiente, Academia Colombiana de Gastronomía
La Población Wayúu, ubicada en la península de la Guajira al norte de Colombia y noroeste de Venezuela, celebra ritos cuyos imaginarios y significados definen la etnicidad y el arraigo de una “gran familia” que pervive en el tiempo. Sutapaulu, significa “el encierro” en lengua Wayúu. Tradición en la cual las niñas que van entrar a la pubertad son encerradas en las rancherías; donde a partir de su primera menstruación, empiezan a ser instruidas por su madre o abuela en el reconocimiento de su ancestralidad y los valores fundamentales de la comunidad, como son: honestidad, solidaridad y respeto. También aprenden a tejer, oficio más importante de una mujer wayúu. Terminado el encierro, la adolescente sale convertida en Majayut (señorita) y es presentada por el padre ante la sociedad en un momento de danza, gozo y celebración.
La voz virtual de connotados e influyentes analistas en los cinco continentes habla del descenso del capitalismo asociado a la visión neoliberal de la economía. Otros humanistas, por el contrario, declaran que la situación actual nos conducirá a un nuevo modelo social en el cual, las necesidades colectivas primen sobre el individuo.
Las anteriores percepciones sustentadas en proyecciones estadísticas, se aproximan, sin duda, a los nuevos caminos que los Imperios tendrán que seguir o elegir para ajustar sus modelos financieros, donde la producción que surte el consumo mundial, respaldada en la mano de obra que fabrica, seguirá siendo determinante para sostener e incrementar sus macroeconomías.
Ningún sistema de salud tiene capacidad reactiva ante una pandemia, incluso aquellos privilegiados y dotados de altas tecnologías. Sin embargo, ha quedado al descubierto la fragilidad de las potencias y países del “primer mundo” como Estados Unidos e Italia, por ejemplo, frente a los recortes presupuestales que sus mandatarios han hecho en los respectivos organismos públicos que velan por el bienestar de sus comunidades.
China, aparente génesis de esta situación, junto con otros países asiáticos como Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Japón han sabido responder con rigor, controlando y disminuyendo la propagación del virus; característica de sociedades, disciplinarias, restringidas y monitoreadas, que hasta ahora ha resultado eficaz.
De la historia de protagonistas y poderosos, pasamos a la nuestra. Los que habitamos el patio de atrás, los del barrio pobre del planeta, llamado “tercer mundo”. Es decir, todas las regiones que han padecido el impacto y la miseria, generada por las industrias de colonización, invasión, expropiación y explotación de los recursos naturales. Ricas en mano de obra productiva, asalariada con monedas por multinacionales; quienes comercializan el fructífero resultado con billetes verdes, valorizando sus acciones en el mercado global.
¿Podemos realmente hablar del impacto que la situación de salud pública global tendrá en nuestra economía cuando más del 60% de la población de América Latina padece el virus de la extrema pobreza que impera desde la colonia?
¿En qué va a cambiar “la otra economía”, llamada Rebusque?, la que no tiene estatus, pero produce y mantiene. En todas nuestras esquinas y aceras ofertan cualquier cosa que genere unos pesos. Seguro seguirán vendiendo, como alcanzamos a ver antes de la cuarentena obligatoria, gel desinfectante, tapabocas, guantes; hasta que surja una nueva necesidad que los haga cambiar de producto, manteniendo la dinámica de la oferta y demanda callejera.
¿Acaso han dejado de recorrer las calles los minoristas de frutas y verduras o los vendedores de tinto, peto y perendengues? ¿Dejarán las mujeres afro y mulatas de hacer fritos y cocinar dulces para inventarse otro sustento con el que no están familiarizadas? Recordemos que su conocimiento es el resultado de la trasmisión de saberes ancestrales; ágora de nuestra identidad cultural.
¿Vendrán de China a tejernos la paja de una mecedora; quizá de Italia enviarán pasta para reemplazar la vitualla o de Francia baguettes y quesos, porque no habrá quien prepare un guandú, mote de queso o sopa de costillas; tal vez de España nos compartirán tapas y paellas, porque La Matrona dejó de preparar pasteles, arroz de cerdo y gallina guisada en zumo de coco; ¿Estados Unidos nos enviará toneladas de sus snacks saborizados “tiñe tripas”, en reemplazo de diabolines, pan de yuca, almojábanas, panderitos, achiras, queques, molletes, parpichuelas y rosquetes? ¿Tendremos puré de papa en polvo donado por Inglaterra, Holanda, Suiza y Bélgica para suplir la falta de cabeza de gato, cayeye y machucados que se ofertan a diario en nuestras plazas de mercado?
¿Se afectarán las microempresas de zapatos en Chinú, o les tocará empezar a copiar las “grandes marcas de tenis” manufacturados en China?
¿Podrán hornear tartas y pies, en vez de emboquillar, amarrar y cocinar bollos todas las mujeres y familias del Caribe colombiano cuyo núcleo familiar obtiene el sustento de los amasijos?
En los países del rebusque, la resiliencia muere y resucita a diario. Las circunstancias nos han enseñado a desarrollar habilidades únicas, que, de manera brusca, imprevista y cambiante, permiten mantenernos a flote. Las tormentas financieras por falta de apoyo a los oficios y el emprendimiento; administraciones públicas extractivas; ausencia de Estado y principalmente falta de dinero, no de recursos, representan la cotidianidad que más allá de dictaduras o democracias, son el resultado del ejercicio del poder que desconoce el significado de comunidad y territorio, donde los dividendos que se generan, benefician el puesto de los que están en turno.
¿De qué nuevo modelo de economía podemos hablar, cuando los referentes del anhelado desarrollo, requieren de nuestra pobreza para mantener sus usurpadores monopolios?
¿Serán las economías solidarias, la justicia social y la sostenibilidad el vínculo que acerque todas las “clasificaciones de mundos” que conviven en un mismo planeta? La tierra como ente vivo nos exige la necesidad de replantear las formas de explotación de nuestro ecosistema.
La obligatoria aplicación del acuerdo de Paris como derecho universal de convivencia orgánica. Fortalecer el equilibrio integral como formula inminente, que, en medio de las profecías de los academicistas del mercado ideológico, se comprometa al sustento digno de las minorías mayoritarias, reforzando la consciencia de otredad, sociedad y prójimo.
“Volviendo a la Península, cuna melodiosa del sol, recuerdo hacia el año 2012, en su capital Riohacha, haber asistido a la presentación de un Hombre Wayúu de la Alta Guajira, llamado el Sastre del Mar por su gran conocimiento, sabiduría y habilidad sobre la pesca marina. El Maestro nos enseñó la forma de porcionar el pescado de acuerdo con sus costumbres. Tenía un mero de unas 12 libras. Lo dispuso sobre una tabla y con su machete cortó la cabeza y la cola, explicándonos que eran utilizadas para preparar sopa; después tomó la parte del centro, que tiene la mayor cantidad de pulpa, sacando de ella un filete. Lo cortó en forma de cuadrícula, cuyas piezas eran divididas entre el número de personas que habitaban en su Ranchería. Concluyó diciéndonos que el alimento obtenido a todos pertenecía”.
¨Alex Quessep, Miembro Correspondiente, Academia Colombiana de Gastronomía¨